lunes, 11 de abril de 2011

LOS TROFEOS DE LA INFAMIA

Por. Pedro Castillo

(Artículo fue publicado el día que sentenciaron a Simonovis y a los PMs)

Los policías y los Comisarios han sido condenados. Otra vez el mandato del odio se ha cumplido. Chávez quería trofeos este 11 de abril. Lo había decidido; seria ahora, en el marco de su arremetida brutal contra los derechos políticos, contra la constitución y contra diversos dirigentes opositores cuando ordenaría su condena. Se fue del país, como suele hacerlo, para que la condena se dictara en su ausencia. Es ya una costumbre. Seguramente, tal y como es de su agrado, seguirá ensañándose con ellos. Hará una fiesta obscena y perversa para celebrar la tragedia de nueve familias cuyos hijos, padres o esposos fueron injustamente condenados, luego de sufrir toda clase de vejaciones durante más de 5 años sometidos a prisión, negándoseles descaradamente todos sus derechos procesales y viendo a sus familiares vejados y burlados, junto con ellos, no solo en un juicio amañado y de velocidad controlada a capricho, sino también para poder ejercer las visitas y contactos con los detenidos.

Celebrará su venganza, el “éxito” de su plan para que jamás se sepa oficialmente que pasó el 11 de abril, ni su responsabilidad y la de sus lugartenientes en los atroces crímenes cometidos. No tendrá que explicar, por ejemplo ¿qué pasó con los francotiradores de los que el propio gobierno habló y de los que nunca más se supo? o que hacía Pérez Recao en el Despacho de la vicepresidencia en momentos claves de aquellos acontecimientos, ni porqué mataron a Danilo Anderson o porque fueron liberados y amnistiados luego, todos aquellos que el país entero vio disparar sus armas desde Puente Llaguno o, finalmente, que ocurrió con aquellos guardias nacionales que también vimos disparar sus armas, largas y cortas contra la multitud. Al presidente le bastará decir, con su desparpajo característico, que “los culpables están presos…y bien presos”. No importa que los culpables los haya inventado él.
Ahora exhibirá sus trofeos y hablará de una justicia autónoma que los sentenció. Nos cree imbéciles a los venezolanos. Por supuesto, no se acordará de cómo él, convicto y confeso por el golpe del 4 de febrero de 1.992, auto asumida la responsabilidad por todas aquellas muertes que allí ocurrieron, fue tratado por la vutuperada cuarta república, que le dio un sitio de reclusión digno y cómodo, que le permitió contacto permanente con familiares, amigos y hasta con desconocidos que quisieron visitarle. Aquella denostada dirigencia política a la que él quiso barrer de la faz de la tierra, le brindó asistencia médica permanente, deporte, luz del sol y, lo que es más importante aún, le permitió, transcurrido muy poco tiempo, salir en libertad sin lo que, por supuesto aún estaría en prisión y, jamás habría sido presidente.
Lo menos que podría exigírsele sería un tratamiento parecido para los presos políticos del régimen, pero para eso hace falta sensibilidad humana, espíritu de grandeza, reconocimiento del otro, deseos de encontrar caminos de paz y entendimiento. Evidentemente, en Chávez no anida ninguna de esas virtudes, por el contrario, en él vive el odio, el revanchismo, la exclusión y la persecución de todo aquel que piense o actúe diferente. Lo que quiere Chávez -resulta evidente- es escarmentar a sus opositores. Que todo aquel que piense en oponérsele sepa a lo que se expone. Medidas ejemplarizantes, dirá él. De allí la sentencia tan desproporcionada y abusiva. De allí el juicio amañado, a más no poder, y el ensañamiento cruel con los detenidos y sus familias. Lo que desea Chávez no es coexistencia pacífica y civilizada. Su verdadero deseo es el exterminio de todo el que se separe, así sea un milímetro, de sus marciales ordenes. No tolera desacatos ni insubordinaciones. El país es su cuartel.

Pero Chávez no contaba con un elemento que se le ha venido encima insospechadamente. La valentía, la estoicicidad, el férreo compromiso con la verdad de estos presos del odio y, en particular de sus familias. El, que es proverbialmente cobarde, no se atrevería a ver a los ojos a las esposas de estos funcionarios, o a sus hijos y demás familiares. Ojos que le preguntaran, acusadoramente ¿porqué un hombre investido de presidente es capaz de esta canallada?.
Algunas han llorado de impotencia y de dolor por lo ocurrido. Una buena parte del país llora con ellas. No por cobardía, por indignación. No lloran sólo por estos presos del odio y la venganza; lloran por Venezuela. Lloran por este, nuestro país, que sufre los avatares de la confiscación progresiva de todos los derechos democráticos y humanos de sus ciudadanos. Esta, es tal vez la más descomunalmente horrorosa manifestación de esta situación. Nos hemos quedado sin justicia. La justicia, por ahora, tiene un amo al que obedece ciegamente, aún las más aberrantes de sus órdenes.

Chávez tendrá fiesta el 11 de abril. Exhibirá a los comisarios y a los policías como trofeos, pero aquello no pasará de una caricatura vergonzosa e inhumana. Sus trofeos serán los trofeos de la infamia. Pero los trofeos definitivos, los verdaderos, los que valen la pena, los que el país espera, no los recibirá él. Serán los de la verdad que todos seguiremos reclamando y que, estoy seguro, hemos de conquistar más temprano que tarde. Esto no ha terminado.